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Europa 06/05/2018

España (Sevilla): La patata francesa destruye un millar de empleos

La provincia pierde la mitad de la superficie en los últimos 20 años a causa de la importación del tubérculo galo. Los productores piden más concienciación del consumidor

La patata de conservación de origen francés sigue siendo el principal dolor de cabeza de los productores sevillanos. El bajo precio del tubérculo galo es un aliciente para los distribuidores lo que se traduce en una pérdida de superficie del cultivo nacional, dada la nula rentabilidad de éste, que se ve obligado a tirar los precios cuando la campaña languidece. Según denuncia la Asociación de Empresas Productoras y Exportadoras de Frutas y Hortalizas de Andalucía (Asociafruit), en los últimos 20 años, la provincia de Sevilla ha perdido un 53 por ciento de la superficie de cultivo de patata. Mientras que en el año 2000 la superficie sembrada era de 7.500 hectáreas, en esta campaña han sido 3.500 las hectáreas dedicadas a la patata en Sevilla. Con respecto a la campaña de 2017, la pérdida de superficie cultivada era del 30 por ciento, según los datos oficiales de la Consejería de Agricultura.

La nefasta campaña comercial del año pasado ha desanimado a muchos productores y han tirado la toalla respecto al cultivo. Es el caso de José Pérez, un agricultor de Los Rosales, que este año apenas ha sembrado dos hectáreas, frente a las siete del año pasado. Este productor, afiliado a COAG Andalucía, no ve rentable seguir cultivando patata. Los intermediarios «tiran los precios»: el año pasado empezó vendiendo el kilo a 0,35 euros y acabó por debajo de los 12 céntimos. Pero los gastos de cultivo son desorbitados, según Pérez, cada hectárea tiene un coste de producción de seis euros entre la semilla y los insumos.

La amenaza de escasez de agua en el momento de la siembra –allá por el mes de diciembre– también contribuyó a la reducción de hectáreas. «A pesar de no ser un cultivo que necesita mucha agua, en la época de siembra se adueñó el pesimismo», reconoce el responsable del sector en COAG Andalucía, Juan Antonio Romero.

La caída de superficie sembrada se traduce en una pérdida de empleo. Según los cálculos de Asociafruit, en la provincia se perdieron hasta el año pasado 565 puestos de trabajo fijos. No obstante, si se tiene en cuenta que por cada cuatro hectáreas del cultivo de patata se crea un empleo fijo, hasta este año la pérdida de mano de obra alcanzaría el millar de personas.

Las previsiones de producción tampoco son halagüeñas. «Esta campaña se espera una merma importante de producción como consecuencia de la mala campaña del pasado año, pero también por los daños ocasionados por el temporal de lluvias de estas pasadas semanas», explica el director de Asociafruit, Luis Marín. El agua de las últimas semana ha provocado que proliferen enfermedades por el exceso de humedad, «como el mildiu», apunta el presidente del sector de Patata de la asociación, Marcos Román. Hongos que tampoco han podido tratar dado que los terrenos estaban impracticables por las inundaciones. Por todo ello, desde Asociafruit estiman que la cosecha será un 20 por ciento inferior a la de 2017.

No obstante, el sector tiene un rayo de esperanza y confía en que la demanda sea buena. Por lo menos en el mercado internacional, donde se aprecia mucho la patata nueva. Muestra de ello es que el 70 por ciento de la producción andaluza se exporta.

Los productores y comercializadores de patata insisten en las diferencias entre la patata que se importa de Francia y la patata nueva que sale de los campos sevillanos. La ventaja del tubérculo nacional es su «gran calidad culinaria», según coinciden. Sin embargo, en el lineal el consumidor cae en la trampa comercial. Los distribuidores compran la patata gala a pocos céntimos, pero ésta lleva meses en cámaras de refrigeración, lo que provoca una pérdida de cualidades organolépticas e incrementa los niveles de azúcar.

En este sentido, desde Asociafruit abogan por que desde Bruselas se hagan más controles de calidad en este sentido, sobre todo ante la preocupación por la acrilamida, una sustancia que libera todos los productos que contienen azúcar y que está muy vinculada al cáncer. En este contexto, la patata gala, «cuando se fríe libera una elevada dosis de esta sustancia debido a su alto contenido de azúcar», explica Román. Mientras que la Comunidad Europa estipula que no debe haber más de 600 microgramos de esta sustancia, «hay análisis de patata de conservación (la francesa) en los que se recogen hasta 3.000 y 4.000 microgramos, mientras que la patata nueva (como la que se cultiva en Sevilla) apenas roza los 70 microgramos», analiza el portavoz de Asociafruit.

Por todo ello, reclaman una mayor apuesta de las distribuidoras por el producto nacional. Los productores critican el engaño al que llevan al consumidor. «Venden como patata nueva la de conservación, aunque en el origen del etiquetado especifica que procede de Francia», explican. El consumidor no es capaz de distinguirla porque la lavan y a la vista es una patata perfecta. Sin embargo, a la hora de freírla la de origen francés se ennegrece con el mínimo contacto con el aceite.

El sector pide también que no se demonice el producto, muy asociado al engorde por su contenido en hidratos de carbono. Desde Asociafruit insisten en que «a pesar de asociarse al sobrepeso, es un producto que, frente a la pasta o el pan, aporta menos calorías». Mientras que 100 gramos de pasta equivalen a 350 calorías, en patata cocida apenas se traduce a 80 calorías.

Fuente: http://elcorreoweb.es/provincia/habemus-papas-KB4131729


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